La Soledad al pie de la Cruz nos recuerda que María, la Madre de Dios y nuestra madre también, no fue una superheroína o alguien que tuviera las cosas más fáciles que nosotros. Su imagen dolorida, pero también fuerte, conecta con aquellos momentos en los que la vida nos da golpes, más o menos fuertes, que hacen que todo en nuestro interior se tambalee y necesitemos buscar un punto de apoyo. Para María, este apoyo fue la Cruz donde había estado clavado su hijo, pero sobre todo fue su fe en el Dios del amor. Por eso, nosotros hoy podemos apoyarnos en su amor de Madre.
Por ello, al mirar a esta imagen de la Virgen, al rezarle y también al acompañarla en procesión por las calles, podemos aprender mucho de nuestra fe. Con ella descubrimos que la fe no nos ahorra los momentos dolorosos de la vida, aunque ayude a darles un sentido diferente. Que incluso en aquellos momentos más oscuros y amargos de la vida, Dios no nos abandona, aunque parezca que guarde silencio. Y sobre todo, María nos recuerda con su fe inquebrantable en su hijo, que nada podrá separarnos del amor de Dios, porque al final, el amor, es capaz de vencer incluso a la muerte. Dani Cuesta S.J.
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