Al principio de
sus conocidos Ejercicios Espirituales,
Ignacio de Loyola compara la oración con el deporte para explicar en qué
consiste su novedoso método de meditación:
«Así como el pasear, caminar y correr son ejercicios
corporales, de la misma manera, todo modo de preparar y disponer el ánima para
quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina
en la disposición de su vida para la salud del
ánima, se llaman ejercicios espirituales».
Según Ignacio, la oración, como el deporte, precisa de ejercicios
variados y diversidad de movimientos para mantener a la persona en sintonía
–o «en
forma»– con la voluntad de Dios. Seguro que todo aquel que ha hecho deporte en
serio alguna vez en su vida habrá sonreído al tropezarse con esta comparación entre el ejercicio
físico y la vida espiritual. Ahora bien, estirando un poco la analogía, podemos
preguntarnos: ¿también la oración y la práctica religiosa, al igual que el
ejercicio físico, debe prevenirse frente a posibles lesiones?
Médicos y fisioterapeutas lo tienen muy claro: «Prevenir es curar», nos
dicen, remitiendo al refranero popular para alertarnos del riesgo de lesiones.
«Los estiramientos son parte del ejercicio físico, no vale saltárselos». Si al ponerse en forma uno debe calentar, estirar bien e ir con cuidado para no lesionarse, al tratar de encontrar a Dios, ¿no deberíamos hacer lo mismo?
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